Cuando te haces “mayor” y sigues trabajando se van organizando dos tipos de obras, plásticas en mi caso.
Por un lado lo reciente, lo que vas haciendo lo mejor que puedes, aquello con lo que tienes el cerebro repleto, hasta cierto punto te hace daño… ¡gracias a dios! Y por otro lado lo que se va posando, lo anterior, lo de hace ¡¡sesenta años, treinta, veinte…!!
¡Qué larga es la historia y… qué breve! Esas obras, las antiguas, en cierto modo se han ido sedimentando y toman ya su estado definitivo. Y se les tiene cariño, yo diría que mucho cariño. Las obras actuales tienen la ba-rriga llena de interrogantes: te arañan las meninges y el sueño y te hacen creer en el ALMA. Quizás un cuadro no sea más que una radiografía de ella.
Se les toma cariño y se les descubren elementos impensados en su momento, estructuras, argumentos, paralelos históricos y seguridades que entonces yo no tenía y que ahora ya lejos los recubren como un misterioso y leve celofán protector.
En exposiciones como la actual en el Club Matador, en la que hay obras de fechas muy diversas, uno se dice a sí mismo: ¡He creado cosas, objetos, casi árboles o bichos que se engloban en lo existente! No está mal.