Lo que pasa en una década nunca se queda a vivir exclusivamente en esa década. Los acontecimientos no son celosos de la fecha en la que quedan señalados a vivir para siempre, se propagan como virus letales que cambian cabezas, gobiernos, paisajes o el largo de las faldas. Siempre he sentido una especial atracción por la década de los años 60 en su desembocadura internacional, en aquel momento España no tenía permiso. Me doy cuenta de que en nuestros 80 no solo se sucedió una década, en nuestros diez años alrededor del número ocho se sucedieron tres décadas de una convulsión fulminante.
Me gusta el arte que sirve para algo, que provoca. El arte que recoge lo anterior y lo impulsa hacia un futuro hecho de dudas, de preguntas fundamentales donde los artistas trastean sus significados. En España, y concretamente en Madrid, durante nuestros ochentas se instauró en la sociedad una nueva manera de leer la cultura, entre otros, nacía el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Esta exposición recoge mi devoción por los años 80 con Madrid como epicentro. Recoge también la manera en que cambió la graduación de todos nosotros, a través de las obras que acabaron en las manos de socios que empezaron a mirar también de otra manera nueva.
Las obras que componen esta exposición son eso, la prueba evidente de cómo los artistas españoles empezaron a digerir el terremoto sociocultural de los años 80, en torno a unas claves que nos pertenecen a todos, a la sociedad española en su conjunto. Excesos y defectos en la epidermis española alrededor de una década donde se sucedió una nueva piel cultural, un entramado estético autónomo y singular capaz de girar todas las miradas internacionales hacia la nuestra, observando con atención cómo modificábamos los significados. Significados que sirven.