“Vivimos en tiempos oscuros (de los que en parte nos sospechamos culpables, lo cual los oscurece aún más) y vendrá bien que nos demos un respiro, una palmadita en la espalda, al recordar que hay terrenos en los que las cosas van cambiando para bien, poco a poco, con pasos tambaleantes, con tropiezos y a trompicones, pero cambiando. Hablo, claro, del papel de la mujer en la sociedad y por tanto en la cultura y en el arte.
Es pura luz sentir la fuerza de la mujer en el arte contemporáneo internacional y saber que estas mujeres con su actitud y sus obras están ayudando a cambiar el mundo. Trabajo desde hace años en África y allí también, en todo el continente, la vanguardia de la vanguardia artística, (y a menudo también la económica y social) está liderada fundamentalmente por mujeres. Las artistas son activistas y eso queda patente.
Cito a Louisa Mai Alcott, la escritora proto feminista americana del siglo XIX que escribía: “The emerging woman … will be strong minded, strong hearted, strong souled and strong bodied…” y seguía, “Im not afraid of storms , for I am learning how to sail my ship”. Admirada Louisa Mai, me gustaría que supieras que la mujer con la que soñabas ya ha emergido y sabe bien cómo manejar su barco.
The dinner party, la icónica obra de arte feminista de Judy Chicago se presentó por primera vez en 1979, después de cuatro años de desarrollo/investigación y casi 400 voluntarias trabajando en ella.
Esta obra es importante no solo por su monumentalidad sino porque marca un punto de inflexión en la lucha feminista. The dinner party es combativa, pero es también, y aquí rompe hacia delante con el momento en que se produce, una celebración feminista de “Lo femenino”. La obra (para quienes no la conozcan, nada como Google) subraya el orgullo de la diferencia y reivindica aquellas tareas, cocina, bordados, cerámica, tapicería… históricamente patrimonio de la mujer y por tanto subvaloradas.
En esta exposición de Matador, quiero que celebremos el espléndido arte de las mujeres de nuestro tiempo y quiero también realzar, aunque sea de modo simbólico, a aquellas otras mujeres, las olvidadas que se esmeraban en oficios considerados menores, pero cuyas obras contenían una intrínseca belleza. Trabajaban con paciencia, humildad, cuidado, sensibilidad y talento, a menudo desde el anonimato y compartiendo siempre sus tareas creativas, mal o nunca remuneradas, con multitud de cargas familiares
y labores domésticas.
Ya que no se puede borrar la oscuridad del pasado ni queremos pasarla por alto, elegimos aquí recalcarla, subrayando al modo kintsugi, el valor de aquellas obras que celebraremos como emblemas de unos valores que hombres y mujeres deberíamos añadir a nuestras vidas y compartir sin diferencia de género”.