Las nociones de próximo y remoto en nuestro sistema global de relaciones interpersonales dependen del tipo de interacción: en particular, en el dominio de la información y en sus transmisiones (y en la generación de ideas), la dirección del fenómeno de la globalización conduce a la equivalencia entre lugares. En última instancia, las relaciones entre un par de puntos del espacio con otros dos cualesquiera de él vendrían a ser equivalentes. En el fondo, se alcanza lo que podemos comprender como una simetría absoluta que presenta las características propias de un espacio sin resistencia ni formas, de un espacio vacío.
Cualquier proceso de ideación se tiene que adaptar a las características de esta estructura cosmopolita e ilimitada. La situación permite, en potencia, la yuxtaposición azarosa y heterogénea de nociones y obras e implica diversidad, pluralidad, juego figurativo, promiscuidad de imágenes e inevitable mestizaje cultural.
Por otra parte, somos conscientes de una condición humana orgánicamente estable, más o menos invariable, de modo que, en la complejidad del sistema, existe un componente que permanece, que no evoluciona. Este tiempo detenido fue explorado por la modernidad que, por sus preferencias e intereses, avaló la validez de lo producido en situaciones primitivas o bien en fenómenos tan característicos como la expresividad corporal y manual espontánea, el garabato o la caligrafía oriental. Este tiempo no puede corresponderse con el paso del tiempo histórico convencional.
La fluidez de la información que nos conduce a un espacio vacío coexiste con obras generadas con indiferencia a lo temporal y hace convivir lo contemporáneo con aquellas que aparecen enterradas en las profundidades del pasado o afloran en las expresiones más directas. Tanto este espacio vacío de la compleja estructura de la red de información como el tiempo detenido por las condiciones orgánicas humanas son características extremas del lugar y condición que habitamos.