Comisariada por Francisco Bocanegra

En torno a una mirada

Arte

El poeta y lo perecedero

 

“Hace algún tiempo me paseaba yo por una florida campiña estival, en compañía de un amigo taciturno y de un joven, pero ya célebre poeta, que admiraba la belleza de la naturaleza circundante, mas sin poder solazarse con ella, pues le preocupaba la idea de que todo ese esplendor estaba condenado a perecer, de que ya en el invierno venidero habría desaparecido, como toda belleza humana y como todo lo bello y noble que el hombre haya creado y pudiera crear”

 

Esta hermosa introducción de Sigmund Freud a su escrito Lo perecedero (1915-1916), concebido durante la I Guerra Mundial, ha dado forma a mis reflexiones y ha servido de inspiración para transmitir la idea de esta muestra.

 

Ha pasado más de un siglo, pero las similitudes con nuestra época son muchas. La obsesión del hombre con su propia mortalidad ha sido siempre una constante. Ahora, como entonces, vivimos bajo el peligro de las guerras que cercenan vidas y destruyen el patrimonio, los hogares y sus memorias asociadas. El desequilibrado desarrollo de la sociedad implica penosas consecuencias sobre la naturaleza y las relaciones humanas. Nuestra distraída mirada contemporánea, en definitiva, puede encontrar numerosas ocasiones para la melancolía.

 

La transitoriedad de los objetos, si empleamos el término psicoanalítico, es inevitable. Sin embargo, concluye Freud, no es menos cierto que su rareza en el tiempo frente a la ilusión de eternidad les aporta valor. Todo se ha de transformar. Esto tiene un significado más doloroso, pero también más profundo, consciente y finalmente liberador. Considero estos temas muy evocadores y he querido hacerlos presentes en la exposición a través de obras sin distinción de periodos o estilos.

 

La pieza originaria -casi una invocación del entrañable poeta- es un retrato de momia de época romana, popularmente conocidos como de El Fayum. Estas representaciones de difuntos de mirada ausente y atemporal parecen contemplarnos desde el más allá. Su modernidad estriba en una insólita y pionera introspección psicológica, así como una posición del sujeto que les confiere una suerte de desprendimiento de lo terrenal, como si el amigo taciturno de Freud ya hubiera interiorizado esa verdad: “el valor de cuanto bello y perfecto existe solamente reside en su importancia para nuestra percepción; no es menester que sobreviva y, en consecuencia, es independiente de su perduración en el tiempo”.